"No se viaja para escapar de la vida,
se viaja para que la vida no se escape."
Y eso intento yo, que la vida no se me escape, vivirla al máximo, sacar lo mejor de ella. Sé que hace más de un año que no escribo por aquí. Algunos me lo recuerdan a menudo. Sí, ya sabes que va por ti, Edu, gracias por animarme a seguir.
Lo cierto es que llené un cuaderno y que voy camino de llenar el segundo. ¡Qué egoísta, que lo quiero todo para mí! En 2015 volví a proponerme darle vidilla a este proyecto, que cada vez tiene distintas variantes, porque, como yo, es ambicioso y amplia sus objetivos; pero cuando llega la hora de la verdad, me vence el miedo. Y es que escribir es algo demasiado personal, una herramienta de defensa contra el mundo; de desahogo; a través de la que saber qué es lo que siento y pienso. Y para ser sinceros, hay veces que no lo quiero ni saber.
¿Queréis saber lo que siento y pienso ahora?
No sabría por donde empezar.
Leo mis últimas entradas y me doy cuenta de lo muchísimo que cambia la vida en cuestión de un año. Lo muchísimo que cambia la vida y que cambio yo. Que ya no soy aquella que comenzó este blog para contar la historia de su súper-Erasmus. Tampoco la que se marchó sola con una beca a Noruega. Ni siquiera la que se quedó. No. No digo que esa persona haya desaparecido, pero la metamorfosis es bastante evidente.
Aún así, el camino sigue, y yo no me detengo, así se ponga quien se ponga por delante.
El camino sigue, y yo no piso el freno, porque este viaje no va ni por la mitad.
Viajad, amigos, seguid hacia delante, porque solo así se vive, porque eso es lo importante.